lunes, mayo 10

El Juego y la construcción de la autoestima.
Fragmento de una nota escrita por Imma Marín. Presidenta de la asociación IPA España

Los expertos dicen que una de las razones por las que los niños abandonan cada vez más deprisa el juego es porque saben que este no es algo valorado por los adultos. Los adultos acostumbran a valorar las cosas, los objetos, los estudios e, incluso, a las personas que son útiles. En este sentido, el juego es una actividad aparentemente inútil. En esta aparente inutilidad reside toda su fuerza.
La autoestima requiere el establecimiento de reglas flexibles, de límites claros. En el juego es imposible jugar sin unas reglas que, además, dan seguridad. También en el juego simbólico existen reglas que son adecuadas al nivel de competencia de cada persona. Las reglas permiten desarrollar el autocontrol, aprender a esperar el turno, someterse a los resultados, perder y ganar... en un mundo irreal que me cambia como persona.
La autoestima requiere disciplina que nace de la propia aceptación de las reglas. Por eso se dice que el juego es voluntario, no se puede obligar. Una de las claves de todos los beneficios del juego es que es una actividad libre. Sólo con que el niño sospeche que hay una voluntad adoctrinadora detrás, se pierde el deseo de juego. Y los niños son muy listos y saben enseguida lo que el adulto espera de ellos.
Todo ello va construyendo en la persona la actitud libre, espontánea y gratuita que le ayuda a entender que, pese a no ganar, puede seguir jugando porque es capaz de aceptar el reto y mantenerlo.
El juego es el espacio en el que el niño debe poder sentir, saber y vivir que perder no cambia nada de su vida, nadie dejará de quererle ni le querrá más. Precisamente en los espacios de juego libre es donde puede verse cómo es un niño, qué le interesa, cuáles son sus valores, qué piensa de sí mismo, cómo se valora y cómo se evalúa a sí mismo.
La maravillosa clave que ofrece el espacio de juego es que debe ser un espacio en el que el niño no es juzgado, sino que es aceptado de manera afectuosa. Desde este punto de vista el juego simbólico es un espacio precioso para la construcción de la autoestima, porque es donde se diferencia la realidad y la ficción, que conviven plenamente, y es donde se facilita la expresión de opiniones y sentimientos.
¿Cuál es el papel del adulto en la construcción de la autoestima infantil? El juego es un derecho de los niños, y es deber del adulto –de la sociedad, de las Administraciones– garantizar ese derecho. No es sólo comprar juguetes, si no sobretodo, garantizar las condiciones necesarias para que el juego se desarrolle de forma natural: tiempo, lugar, compañeros –porque es muy difícil construir la autoestima en solitario–, juguetes y, sobre todo, adultos que valoren el juego, no sólo que lo toleren.
Muchos padres se quejan de que hoy los niños no quieren esforzarse en jugar, no acaban un rompecabezas o una construcción, porque todo les cansa, quieren cosas rápidas. Es verdad. Pero también lo es que los adultos no se lo ponen fácil: a menudo ocurre que un niño está haciendo un rompecabezas de cincuenta piezas y, cuando va por la mitad, llega la hora de cenar, y ese rompecabezas que ha requerido un esfuerzo debe ir a una caja porque se tiene que recoger. A la segunda vez que les pasa eso a los niños, ya no tienen ganas de hacer más rompecabezas. El mensaje que están recibiendo es que deben recoger ese entretenimiento que tampoco es tan importante, a fin de hacer cosas que son muy serias. Parece que las obras de los niños son muy efímeras.
No es sólo tolerar, sino valorar el juego del niño, aplaudir lo que hace y crear las condiciones para que el juego pueda ser acabado en otro momento. Los niños saben que las cosas que valoramos no las tiramos ni las ponemos en un baúl o en un cajón, sino que las ponemos en el comedor, en una estantería de cristal con luz y todo. Los juguetes de los niños acostumbran a estar tirados en cualquier sitio. Así es imposible que entiendan que tienen que valorarlos, que tienen que quererlos, que son importantes.
Hay que entusiasmarles en su esfuerzo y en los éxitos y prestar apoyo incondicional a sus contrariedades. Son contrariedades que después le ayudarán a superar los fracasos y a ver los fracasos como oportunidades de aprender de los errores. Ninguna equivocación es mala si de ella se aprende algo.
Durante el tiempo de juego los niños necesitan padres y educadores flexibles, positivos, con sentido del humor, capaces de reír y de ser felices. Sin eso no se puede jugar. Una frase muy divertida dice que los adultos jugamos en off. Eso significa fingir que jugamos. Muchos padres hoy juegan porque creen que «toca» jugar, pero eso no es un juego de verdad, no es un juego apasionado. Hay que jugar de verdad, con los cinco sentidos, sin dejarse ganar nunca. Si los niños ganan tiene que ser porque realmente ganen, no porque el adulto les deje ganar.
Una pregunta que siempre hacen los padres es a partir de qué edad se le puede pedir al hijo que juegue solo. ¿Los adultos queremos estar solos? Resulta imposible que un niño de dos o tres años quiera jugar solo. Siempre todo es mucho más divertido en compañía. Sin haber aprendido a jugar con otros es muy difícil aprender a jugar solo. Jugar con otros es otra fuente de construcción de la autoestima, porque si no, es imposible que el niño se conozca en relación con otros y pueda establecer un autoconcepto.
Posiblemente si hoy como adultos somos capaces de superar retos de la vida es porque probablemente un día nos atrevimos a subir a una bicicleta. Si podemos ponernos en el lugar del otro es porque una vez jugamos a ser otra persona... Sin eso es muy difícil crecer y disfrutar de lo que somos y hacer disfrutar a los demás.

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